Se acababan de cumplir dos horas de grabación. «¡Tienen para una miniserie, viejo! ¡Si después editan y quedan cinco minutos!», exclamó. Roberto Fontanarrosa y se rió. El Negro, uno de los más grandes talentos del humor gráfico, el periodismo y la literatura argentinos, de cuerpo entero, en una extensa y entrañable entrevista con los periodistas entrerrianos de El Miércoles, que fue realizada en febrero de 2006 y publicada en la edición del sexto aniversario (en papel) de aquella publicación. Se trata de uno de los últimos reportajes concedidos por Fontanarrosa. A modo de homenaje, lo reproducimos íntegramente en esta edición, para disfrutar de este gran creador, la mejor manera de recordarlo.
Entrevista: Américo Schvartzman y Jorge Villanova
Fotografías: Martín Bianchi y Andrés Aversa
Llegamos temprano, con una puntualidad que nos sorprendió a nosotros mismos. «El Negro está desayunando ¿podrían esperarlo unos minutos?», nos dijo Gabi, su mujer, desde el portero eléctrico. Al rato subimos, los cinco, acarreando cámaras, bolsos, libros para que firme. Llegamos, y tras la puerta abierta nos esperaba Fontanarrosa, sentado, sonriente, quieto.
Gabi nos explicó: a raíz de la evolución de su enfermedad Roberto ya no podía moverse solo sin dificultades. Así que al irnos deberíamos cerrar nosotros y dejar la llave abajo, en el bar que es, casi, parte de la familia. Como toda la cuadra de la avenida Wheelwright, como todo el barrio, como todo Rosario.
El departamento es sencillo. Nadie diría que allí vive Fontanarrosa, excepto por algunos destellos: en la pared, la caricatura original del Negro por Sábat; sobre un mueble, la pelota firmada por el Diego; al lado, la camiseta con el autógrafo de Manu Ginóbili; cerca del ventanal, el tablero con los originales en proceso, y allí el trazo inconfundible del papá de Inodoro y Boogie.
«Estuve por ahí cuando se jugó la Copa América en Paysandú», recordó el Negro, acerca de Concepción del Uruguay, y mientras se preparaban todos los detalles: cables, iluminación y demás. Al saber que habrá pedido de autógrafos, y como ahora le cuesta más, pidió empezar temprano con las firmas. Por sus modos, por su amabilidad, invita a tratar de «che». También le entregamos un obsequio: un mate grabado por el Viejo Artesano Sito, con una inscripción que habla de nuestra admiración y agradecimiento por su obra.
Se encienden cámaras y grabadores. Habla Fontanarrosa.
¿Es cierto que te gustan los reportajes, que los considerás casi un género aparte?
Son parte del trabajo y de la difusión, y además indudablemente colaboran con la vanidad del reporteado. Pero siempre entendí que son una consecuencia, no una causa. La causa es el trabajo bueno, malo o regular que uno haga en la mesa de dibujo. El conocimiento que tiene la mayoría de la gente, más que nada sobre los escritores, casi siempre proviene de los reportajes y no de haber leído los libros. Ojo: también hay que elegir el tipo de reportaje, porque yo no voy a ir a un reality show. Pero en cambio un reportaje radial donde uno puede hablar de su trabajo, expresarse o emitir una opinión, lo incorporo como una posibilidad más de expresión.
Casi como un complemento de la actividad...
Sí, además soy un lector de reportajes, biografías, informes periodísticos. Incluso en mi último libro El Rey de la Milonga, he tomado bastante de la forma periodística de contar; simulando las maneras de los informes periodísticos.
El problema es que siempre te ves obligado a dar respuestas ingeniosas.
Al principio se confundían los roles y en muchos reportajes la intención era que uno dijera cosas graciosas. Con el tiempo decidí no entrar en eso; en primer lugar porque es un laburo más, te hacen trabajar (risas). Si aparece algo humorístico es refrescante y bueno para las charlas o reportajes, pero es un error crear una expectativa falsa: «Ahora nos vamos a reír y a divertir con Fontanarrosa», cuando los humoristas gráficos en general no tenemos la virtud de contar chistes y sustentar con eso sus presentaciones. A veces me llaman de radios y los productores me dicen que quieren tocar tal tema pero desde la perspectiva del humor, “queremos hacer algo divertido”. Y yo les digo: «Bueno, y ¿quién va a hacer la cosa divertida?». Porque llegado el caso es un laburo, y no es que pretenda que me paguen, sino que no se confunda una cosa con la otra.
Inodoro Pereyra nació como parodia de géneros de moda 40 o 50 años atrás... ¿A qué atribuís la notable vigencia que tiene hasta hoy?
Es muy difícil acertar qué le puede gustar al público. Si uno toma cuatro dibujos y se los muestra a cuatro personas, a cada uno le gustará uno distinto. En otros ámbitos, como el teatro, hay formas más directas de captar lo que pasa con la audiencia. En mi caso yo publico un chiste y después no se habla más de él. El contacto con el público es más distante. A veces, colaborando con Les Luthiers decimos que tal o cual chiste va a andar muy bien y después no pasa nada... No hay certezas con respecto a la respuesta. Yo empecé Inodoro Pereyra o Boogie sin saber de qué iba a tratar, fue cambiando el estilo, la manera de contar. Desde hace mucho trato de meter en cada cuadrito un chiste o una pequeña ocurrencia. Realmente no sé por qué Inodoro se mantiene tan vigente. Creo que es gracioso, que la gente lo lee sabiendo que en algún momento la puede hacer reír, pero también hay algo acumulativo: con Les Luthiers, apenas sale Marcos (Mundstock) al escenario la gente ya se empieza a reír, porque recuerda cosas que ha dicho antes y de las que también se ha reído. Yo les digo que a esta altura ya pueden decir cualquier cosa arriba del escenario que la gente igual se va a reír. Tal vez con Inodoro Pereyra pase algo parecido.
Con tus libros también se genera una gran expectativa. ¿Pasa algo similar?
Ahí ya no tengo un registro tan exacto, pero de todas maneras mi insistencia al publicar mis libros también cumple un gran papel. Serrat suele repetir que lo importante es reírse. Y es cierto, aunque a veces se lo tome a la ligera. Al humor siempre se lo toma un poco despectivamente desde la crítica... siempre tiene más jerarquía el drama. Pero la risa es importante. Yo como espectador estoy muy agradecido con todos los tipos que me han hecho y me hacen reír. Uno va a ver una película que le gusta y sale del cine de buen ánimo, por ahí te hace cambiar el humor de una semana o hasta de un mes. Uno se acuerda de situaciones con amigos en las que se ha reído mucho; hay amigos con los que uno sabe que se va a reír y por eso los frecuenta más, y todo eso hace muy bien. A partir de eso la gente sabe que un producto le puede generar esa risa y por eso lo busca. Como decía el Gordo (Roberto) Cognigni, el director de Hortensia: «La risa se ha convertido en un producto de primera necesidad». En un ambiente donde está todo difícil y hay que pelearla mucho, la posibilidad de reírse es en verdad muy buscada. Y sigue siendo más jerarquizado el drama, lo que tal vez no sea injusto. Los grandes escritores o pensadores trabajan sobre los problemas profundos del ser humano que siempre son dramáticos, y son los que dejan huellas. Pero como yo no estoy capacitado, ni tengo intención, ni me interesa contar la profundidad de mis dramas personales, hago otro tipo de trabajo que apunta más a la risa y a entretener. Y si yo consigo eso me doy por muy bien pago.
Tu participación en el Congreso de la Lengua fue muy aplaudida.
Me sentí muy cómodo, jugando de local, en un ámbito conocido y con un público que me conoce personalmente. Lo que pasa es que dudé mucho sobre qué iba a exponer. No lograba encontrar el tema. En un principio iba a hablar sobre el idioma castellano, y después me di cuenta que no era lo mío; me hubiese superpuesto con la mayoría de los expositores. Y en un momento se me ocurrió lo de las malas palabras, que podía ser un buen tema, a partir de la curiosidad: ¿por qué algunas palabras son calificadas de malas? No había una intención escandalizante ni provocativa, simplemente era plantear esas preguntas. En definitiva podía parecer –y creo que lo era– una defensa de las malas palabras, de algunas que ya están incorporadas y tienen una fuerza y expresividad que no pueden ser reemplazadas por otras. Pero fue gracioso cuando yo intercambiaba mails con la gente de la Academia y les informé el tema... Produjo una especie de recelo porque habrán pensado que yo iba a hacer algo tipo Jorge Corona arriba del escenario (risas). Les expliqué que se quedaran tranquilos. Pero por normativas del Congreso me pedían que les pasara el texto antes de hacer mi exposición. Y yo les contesté que no tenía texto, que tenía un ayuda-memoria, lo que acrecentó sus dudas (risas). Pero después salió todo bien, fue divertido, se planteó una polémica en torno a las malas palabras y en definitiva yo me divertí con ese asunto.
Hablabas de la importancia que le das a la respuesta del público... ¿De qué manera incide en tu obra? Por ejemplo, a mí me gustaban mucho las Semblanzas Deportivas y Sperman, y no los volviste a hacer...
Es que he hecho algunas cosas muy esporádicas. A Inodoro Pereyra y Boogie yo no pensaba seguirlos, eran unas tiras aisladas. En ese momento Hortensia se vendía mucho, hubo una respuesta del público y por eso seguí con ambas. Pero para mí es muy trabajoso mantener un personaje... Una cosa es empezarlo, todo es lindo, uno se entusiasma, es algo nuevo, ¡pero después hay que mantenerlo! Con Sperman ocurrió que en ese momento yo había comenzado a publicar en la revista Fierro, pensé en hacer una parodia de superhéroes y surgió. No pensaba seguirlo. Y mantener tres personajes: Sperman, Inodoro y Boogie, verdaderamente no me daban los temas. Para poder seguir tendría que haberme puesto a estudiar genética... (se ríe) Quino siempre me reta porque dice que hago más de lo que debería hacer, y tiene razón... Siempre trabajé mucho y no demasiado bien terminado debido a la ansiedad de publicar. Y creo que es lógico que a mayor cantidad, menor calidad, pero también por forma de trabajar y por rapidez del estilo. Hay dibujantes que tienen un estilo más trabajoso y les lleva más tiempo desarrollar su obra. Boogie es un personaje que me gusta y que hice durante años, pero en un momento me di cuenta que me había cansado, que no tenía ganas. Y en nuestro trabajo la falta de ganas es fatal, porque eso se transmite. Yo me muevo con el lema de «Si yo me divierto, divierto. Pero si me aburro, aburro». Y eso se nota... Me pasó con Boogie. Y eso que para sus guiones el mundo es generoso. A veces me dicen: «¡Lo que sería Boogie en Afganistán!» Y tienen razón, pero la verdad es que no lo extraño.
¿Te presiona mucho el chiste diario en Clarín?
Cuando empecé a publicar en el 73 me asustó por la velocidad con la que come material. Mandaba un grupito de chistes y de repente te quedaba uno solo. Después le vas tomando la mano, como a todo. A mí nadie me había dicho cómo era el trabajo, hacía chistes de náufragos, chistes atemporales. Tardé en darme cuenta que lo que debía hacer era leer el diario... Yo anoto cosas de las noticias y lo hago, no con facilidad, pero es menos exigente que hacer Inodoro Pereyra. Yo sé que al chiste lo empiezo y cuando tengo solucionado el texto lo termino bastante rápido. Inodoro es más largo, más complicado, más arduo de hacer el diálogo. Y para dibujarlo es un tamaño más pequeño; nunca he tenido mayor drama, pero ahora, con estos problemas físicos de falta de destreza en la mano, se hace muy trabajoso.
¿Dibujás en tamaño más grande?
Sí, pero tampoco exagerado. Voy a tener que reverlo, porque posiblemente deba aumentarlo un poquito. Pero de por sí Inodoro es trabajoso porque los personajes son más chiquitos y todo se hace más minucioso.
¿También te encargás de colorear los chistes?
Yo soy muy precario con el color porque empecé copiando de historietas en blanco y negro. Después aprendí un poco en mi paso por el mundo de la publicidad, pero si por mí fuera no usaría el color en la historieta. En Inodoro Pereyra aún es algo primitivo porque no lo coloreo con la PC.
Los críticos dirían «minimalista»...
Sí, sí, es infantil. Porque yo hago una copia en blanco y negro, le superpongo un papel vegetal y sobre eso le paso fibra como los chicos. No hay cambios tonales, ni degradé, ni nada, y a veces sale bastante desprolijo porque se bandea, el papel vegetal se corre. A lo que sí le doy color es a las páginas unitarias que alternan con Inodoro cada domingo, pero siempre con dificultad, temeroso de arruinar el dibujo completamente, no tengo familiaridad con el color. Tal vez con el tiempo uno ha tomado cierto oficio para darle color, pero cuando uno mira cosas del Negro Caloi, del Negro Crist, de Nine, te dan ganas de no dibujar más ni pintar más. Son tipos con enorme destreza con el color, cosa que a mí no me ocurre.
¿Seguís pensando que no sos un gran dibujante?
Sí, por supuesto. El dibujo mío cuenta bien lo que quiero contar. Tampoco soy un horrible dibujante, pero buenos son Sábat, los Breccia, son tipos muy virtuosos dibujando. Pero ojo, para contar lo que yo quiero me alcanza. Nunca me sale el dibujo como yo hubiera querido, pero mis mayores dificultades son qué contar y cómo contarlo. Y a mi juicio, una buena idea salva un mal dibujo, pero un buen dibujo no salva una mala idea.
Con los chistes en Clarín... ¿Tenés absoluta libertad?¿Alguna vez te dijeron «éste mejor no»?
La posibilidad de publicación se maneja a través del sentido común. Uno conoce el diario, lee las editoriales y sabe hasta dónde puede llegar. Chistes sobre religiones, etnias, siempre hay una susceptibilidad que hay que tener en cuenta. En la época de la dictadura sí, rebotaban algunos chistes, pero tampoco muchos porque uno sabía qué no podía hacer: chistes sobre fuerzas armadas, sexo, religión, etc. Y los que rebotaban los enviábamos a la revista Humor que tenía un espectro más amplio para publicar. En otras ocasiones, en este tipo de medios uno no sabe que determinado programa de televisión pertenece a la misma cadena del diario... Por ahí puede surgir el problema de bandearse ante algún evento trágico, y que te digan que no conviene para no herir susceptibilidades, pero es algo mínimo.
Has tratado muchos temas de política, recuerdo uno de Boogie sobre la deuda externa sin siquiera mencionarla. Y en otro terreno, uno muy duro, en el que calificabas al cristianismo como una forma de publicidad...
¡Ah, sí! (se sorprende) Hace mucho tiempo, era otra época esa (risas). Sí, era un póster.
¿Alguna vez sufriste complicaciones por chistes como ése?
Solamente durante la época de la dictadura... Alguna vez llegó al diario una nota, un apercibimiento porque no era conveniente en esos momentos hacer un determinado chiste, porque podía deteriorar la moral, qué se yo, esas cosas. Pero para los «modales» que se usaban en aquella época esto fue una galantería... También he hecho muchos chistes sobre la Iglesia pero con cierto cuidado, así que no he tenido problemas con ese tema.
También tiene que ver con el medio en que se publica...
Tiene que ver con el medio, pero ojo: por un lado uno no es dueño de los medios, entonces no decide qué publicar; y por otro lado hay una cuestión de sentido común, que es si uno quiere publicar cualquier cosa. Lo ideal sería que pudiésemos publicar sobre cualquier cosa que sea pública, ya que cuando se hace algo público se arriesga a la crítica. Pero la realidad te marca que no es así. Si yo publico un chiste sobre Mahoma que me parece bueno y que entiendo legítimo publicar, y por eso le acarreo el incendio de la casa y la muerte a cuatro o cinco compatriotas míos que viven en países islámicos... Y no, prefiero no publicarlos.
Una especie de ética de la responsabilidad...
Claro, pero algo que yo considere ético no puede serlo para otras personas, ése es el problema. Yo siempre digo que los que mejor hacen chistes sobre judíos son los de la colectividad judía, y si uno los hace quizá hiera alguna susceptibilidad. Es algo lógico. Son comunidades jaqueadas, golpeadas, enojadas por razones entendibles. Creo que la responsabilidad marca que hay que tener cierto cuidado.
Lo central es que esos límites se los ponga uno mismo...
Pero supongo que en el caso de no ponerse límites, será el medio quien los ponga.
Y en ese caso, ¿a qué atribuís que la mayoría de los humoristas gráficos no tomen las recomendaciones de los medios como censura y que por ahí un periodista se sienta censurado por cosas mucho menores?
Creo que son actitudes que parten de los rasgos personales de cada uno. Hay distintas formas de susceptibilidad en distintos momentos de nuestra carrera. A veces percibo dentro del periodismo –y yo me considero un periodista– una reacción corporativa inmediata ante cualquier agresión o pseudoagresión o límite que se le ponga a un periodista. Pero a veces se están reclamando conductas del entrevistado que los mismos periodistas no tenemos. Por otro lado también he cambiado de actitud en muchos temas. Cuando empecé pensaba que era lógico hacer humor sobre cualquier aspecto, incluso las tragedias. Yo ahora no haría la historieta que hice para Satiricón sobre los sobrevivientes uruguayos de Los Andes. Tuvo mucho éxito, aún me la recuerdan, pero esas cosas comencé a entenderlas cuando tuve un hijo. Ahí cambia la cosa...
En los ámbitos creativos suele aparecer como necesario, en los comienzos, volcarse hacia lo comercial y dejar ideales de lado... ¿Esto pasa en el humorismo?
Hay competencia, habrá alguna envidia, pero no existe el vedettismo que hay en otros rubros, y eso es porque todos en algún momento pasamos por la publicidad, y si algún rubro atenta contra tu orgullo es la publicidad (risas). ¡Te tocan tantas veces el culo en la publicidad! A mí no me interesaba para nada vender, sólo quería hacer un dibujo que fuera lindo. Por ahí hacía un lindo dibujo, ya me lo imaginaba publicado, y el dueño del negocio me decía: «No, a esto lo vamos a reemplazar por una foto de mi hijo; acá vamos a poner una oferta de ropa interior; acá sacale los anteojos y ponele un sombrero...». Y yo lo hacía... entregabas el dibujo, te pagaban y a otra cosa. Entonces el vedettismo ahí se te viene abajo. Nosotros tomamos esto más como un oficio que como un arte. También en publicidad hacés una cantidad enorme de cosas que no te gustan, entonces surge la disyuntiva: ¿Voy a comerciar con mi arte? ¡Por supuesto que voy a comerciar! ¡Y voy a vivir de eso! (risas). Después con el tiempo afortunadamente uno ya puede elegir algunas cosas, esto lo voy a hacer, esto no. ¿Sabés la cantidad de veces que dibujé cosechadoras y trilladoras? Pero siempre era mejor que trabajar en un banco... yo lo hacía todo con alegría. Yo arranqué desde muy chico porque me gustaban las historietas, las de aventuras, y era un entretenimiento copiar a Hugo Pratt, al Sargento Kirk, Ernie Pike... Y que después uno se gane la vida de esto es un privilegio, es realmente un privilegio. Vos mencionabas la música, mi hijo es músico, tiene 22 años y vive en Buenos Aires. Y yo estoy tan contento... no sé si terminará tocando en el subte o en Obras, pero se va a divertir. Es preferible ganar cinco pesos haciendo algo que te gusta y no diez haciendo algo que no. La pregunta del millón es si los cinco pesos te alcanzan... porque si no es muy fácil decir «¡Apelemos a la bohemia y el arte!», pero si te morís de hambre tampoco es gracioso. Pero tener una vocación fuerte es formidable. Lamentablemente la mayoría de la gente no la tiene, les gusta algo pero no lo suficiente y terminan trabajando en lo que menos les molesta. Pero esa posibilidad de volver de las vacaciones y tener ganas de trabajar, esperar el lunes porque uno trabaja de lo que le gusta es formidable. En general es distinto, la gente está desesperada por irse del trabajo, y tiene razón (risas).
Nosotros, fanáticos como somos, te hemos pillado un par de veces redibujando ideas que ya habías publicado mucho tiempo atrás o reutilizando alguna idea de Inodoro... Mala memoria no es... ¿No te gustó cómo había quedado la primera vez o por qué razón fue?
Hay diferentes razones. En algunos casos, en Inodoro he repetido chistes sin proponérmelo. Chistes malos, ya que si es bueno me acordaría. Pasa a todo nivel. En ocasiones nos hablamos con Caloi, con el Crist, y nos preguntamos: «¿Vos publicaste un chiste que era así o asá? Porque se me ocurrió algo y me parece que lo leí en alguna parte». Eso se da. En otros casos, se han editado libros míos en España, y yo hago una selección de material. En esa selección hay algunos chistes tan viejos que el estilo de dibujo ya no tiene nada que ver con el actual y no me gusta, entonces redibujo todos. En algunos casos para la revista Viva, son chistes que he hecho en blanco y negro, y me parecen buenos para repetirlos a color. Por otro lado, hay muletillas especialmente en Inodoro Pereyra. Las cosas que se me ocurren para Inodoro las anoto en un cuaderno y cuando las uso las tacho, pero a veces me olvido... Tres años después reviso el cuaderno, las vuelvo a encontrar –porque estamos hablando de una historieta que sale desde el año 73– y es muy factible que uno se reitere en ese tipo de cosas.
¿Cómo fue la decisión de quedarse en Rosario y trabajar desde acá? Hay una historia, no sé si mito o realidad, que cuando surgió el fax dijiste «No me muevo más de acá»...
No hubo un momento en que decidí quedarme en Rosario, siempre me pareció natural. Me lo permite el tipo de trabajo, y cada vez más a través del fax o de la computadora. Podría estar en cualquier lugar del mundo, pero si uno hace humor editorialista es fundamental estar en el país. El dibujante puede trabajar en cualquier lugar del mundo porque el dibujo es un lenguaje universal. El dibujante sí, pero el humorista no creo... es más difícil. Porque supongamos que me voy a vivir a España: el primer tiempo voy a hacer chistes de toreros, de lo muy visible. Hasta que aprenda los códigos y entienda la política, el lenguaje, van a pasar años. Por otro lado, a mí Rosario me parece una ciudad muy «vivible». Y está lo afectivo: uno nació y se crió acá, los amigos, la familia, el fútbol, Central. Pero también entiendo a quienes se van, como mi hijo Franco, a Buenos Aires, porque si acá tenía cinco posibilidades de contacto, allá va a tener veinte. La mayoría de los músicos tarde o temprano se han ido. Alguna vez durante la dictadura pensé en irme pero creo que me daba más miedo que quedarme. Si hubiera tenido un pibe chico en esa época creo que me iba. Pero estaba solo y uno nunca creía que le podía llegar a pasar nada.
¿En esa época tenías militancia política o social?
No, la verdad es que siempre estuve ajeno. No terminé la secundaria ni hice la universidad, que es donde uno se politizaba, ni trabajé en un taller o una fábrica, trabajaba en publicidad, un ámbito no muy comprometido. Recién en el 69 cuando comienzo a trabajar en la revista Boom de Rosario me conecté con gente que estaba más al tanto. Nunca tuve militancia. Me considero un independiente. Mi padre era un peronista emocional, bastante poco crítico de ese movimiento. Pero no me influyó en la política como tampoco en el deporte, ya que él era basquetbolista; jugaba y era técnico de un equipo y quería que yo jugara midiendo 1,52 metros... (risas) ni nada por el estilo. Pero volviendo a la política, estoy al tanto porque me interesa y por mi trabajo, pero no estoy ligado a ningún partido.
Sin embargo, siempre tuviste una mirada general muy amplia con lo que ocurría en el país y en el mundo.
Yo creo que responde a épocas, dónde está puesta la tensión de la sociedad. No es para nada similar el sentimiento de la juventud de los años 60, 70 que el de ahora. Hay otros desvelos, también legítimos y atendibles como la ecología, que cuando yo era chico directamente esa palabra no existía. Pero más que a una apuesta política responde más a un cierto sentido común. Yo no oculto mi simpatía con la intendencia de Rosario, que es socialista. Ha continuado un muy buen trabajo que comenzó un radical como Usandizaga, después siguió Cavallero, pero lo que ha hecho Binner, lo que hoy está haciendo Miguel Lifschitz acá es realmente encomiable, yo me siento consustanciado con ellos, por lo menos por ahora. Pero tampoco es que yo esté distante, si me parece que algo es bueno trato de respaldarlo.
Una vez salió publicado en Humor un dibujo tuyo, un original sin corregir, donde te cargaban por tus errores de ortografía ¿era sólo una broma o de verdad tenías errores ortográficos...?
¡Terribles errores de ortografía! Siempre los he tenido. Y a veces me confío en los correctores del diario, pero por ahí pasan. Siempre los tuve, con los acentos, que ante la duda se los pongo a todos (risas). Me pasa en la Feria del Libro con las dedicatorias: nunca sé si Víctor, Raúl o Luis llevan acento. Tampoco es algo que me desvele: siempre habrá un corrector. Pero lo que tiene el humor es que genera confusión. En un cuento de mi último libro puse que Bariloche está en Neuquén, cuando en realidad está en Río Negro, ¡y no lo corrigen porque piensan que es parte del humor! Eso no pasaría con un escritor serio.
Esa falsa erudición, como cuando enumerás los pasos para preparar un plato exótico... ¿Es todo inventado o hay algún elemento real?
Generalmente hay un elemento cierto. Esa es la condición esencial de todo mentiroso. Siempre en las ciudades chicas hay algún mitómano, y vos te das cuenta que te ponen un par de datos ciertos y eso te confunde... Vos decís «fulano de tal existe», o esa cosa ocurrió, entonces pensás que todo lo demás es cierto. Yo meto un par de datos ciertos y lo demás es todo inventado. La idea es que suene muy real, muy verificable, y la posibilidad de inventar es algo que me gusta mucho.
¿De dónde salen los nombres de tus personajes?
Es una cosa muy especializada, con nombres extranjeros por ejemplo, busco en libros o enciclopedias. En una época tuve recortado todos los nombres de las formaciones de equipos de fútbol del Mundial, entonces de ahí choreaba algunos nombres. Y algunos, créase o no, aparecen de golpe; Catamarancio, del cuento Qué lástima, Catamarancio me salió de la nada... ¡No conozco a nadie que se llame Catamarancio! (risas) En mi último libro hay un tal Negro Pasión, un nombre que me apareció en un sueño y me sonaba bien. A todos los nombres los elijo por su sonoridad. En el cuentito Palabras iniciales, donde califico de pelotudo a Góngora, ¡yo jamás lo leí al pobre Góngora! (risotadas). No sé ni qué escribió, sé que era importante, pero «Góngora» me pareció un nombre ideal para ponerlo ahí.
Es llamativo que elijas tantos vocablos por su sonoridad cuando tu obra es escrita. Tal vez por eso muchas veces terminen en el teatro sin que te lo propongas...
Eso siempre ha sido una sorpresa para mí porque nunca he sido un tipo de teatro. Y puede ser porque para hacer un relato yo trato de encontrar una situación dramática; con eso tengo el 70 por ciento de la cosa resuelta. Después lo derivo en humor. Tener arriba del escenario una situación dramática ayuda mucho. Por otro lado son cuentos cortos, con dos o tres es factible armar un espectáculo. Y muchos no necesitan producción, con una mesa y una silla lo solucionan.
También pasa con los diálogos. En tu obra la oralidad está tan bien lograda que no necesitan mucho para adaptarla...
Claro, ése es otro punto importante, la forma de hablar. Uno con el paso del tiempo va registrando cómo habla la gente, pero de todas formas también necesita una edición. Hay gente que por ahí dice: «Ah, claro. Usted está en el bar, sale y después escribe un cuento». ¡Sería facilísimo, ojalá fuera así! Hay muchas cosas que se toman, se me ocurre una idea que transcurre en el café, y a medida que van surgiendo los personajes pienso «Éste va a hablar como el Pitufo, o como Ricardo o como Pochi», porque son formas de hablar que tengo instaladas desde hace treinta años, las de mis amigos. O esas charlas de los muchachos que van a jugar al fútbol al campito, o mientras se están cambiando... ¡Te imaginás la cantidad que tengo escuchadas! Pero debo haber hecho poquitos cuentos con cosas textuales o anécdotas completas. Uno de ellos es Plegarias a la Virgen, que trata sobre unos hinchas que van a una iglesia a rezarle a una virgen para que gane Central y para presionarla le quiebran el dedo... y eso fue un hecho real, a mí me lo contaron y no lo podía creer. En esos casos no hay que modificar casi nada, salvo no dar nombres reales (risas). Pero sería demasiado facilista pensar que cualquier situación es graciosa e interesante. A mi juicio no es así.
Borges decía que la literatura debería ser una de las formas de la felicidad, y recomendaba que si no te atrapaba en las primeras páginas dejes ese libro y busques otra cosa. A nuestra generación le hicieron leer El Quijote o Shakespeare, obras geniales pero con las que nosotros de chicos nos aburrimos... ¿Temés que en algún momento se lea a Fontanarrosa en la escuela y los chicos lo reciban de esa manera?
Son decisiones del profesor (risas), pero yo sé que se leen muchos de mis cuentos. Creo que ahora se leen cosas mías en las escuelas y posiblemente las maestras elijan dónde está el vocabulario más cercano a los chicos. Pero, si existe el temor de que digan «Mirá si voy a leer a este plomo», eso no lo sé. Mi intención primaria no es hacer un libro de texto para las escuelas, pero si les divierte alguna cosa y lo leen, mejor. Quino tenía temor cuando se enteró que Mafalda iba a ser obligatorio en las escuelas, porque todo lo obligatorio genera rechazo. Creo que al final no lo implementaron. Pero de algo estoy seguro, y es que si es divertido indudablemente va a funcionar.
Muchos leímos La Ilíada en versión Fontanarrosa y recién después la original. Y leyendo la de Homero no podíamos evitar la risa recordando la tuya... ¿Sos consciente de ese fenómeno, de que nos jodiste la lectura de los clásicos?
(Se ríe) Bueno, yo nunca leí La Ilíada... Leí el libro chiquitito de la colección Billiken (risas). Mientras publicaba en Satiricón se me ocurrió hacer esas parodias y leí algunos. Ahora hace no mucho tiempo mandé a una revista de Colombia una nota sobre lecturas importantes, donde incluía La Ilíada, por lo que tuve que leerla un poquito más y además ya había visto la película Troya con Brad Pitt. Y la verdad que la lectura me resultó muy divertida, esa mezcla de mitología y realidad. No hay buenos, y los dioses son más malos y desgraciados que los seres vivos. Pero yo no he leído a casi ninguno de los clásicos. Y ojo que no lo digo levantando una bandera del «salvaje literario». He tomado libros como Anna Karenina, de Tolstoi o algunos otros y realmente me han gustado. Y lo que vos decías sobre Borges, yo pienso lo mismo: si a las diez páginas me cansó, hay que tirarlo, dejarlo al costado. Yo relaciono estrictamente la lectura con el placer y por eso nunca pude estudiar.
¿Cómo es trabajar con Les Luthiers?
Es como con esas novias que uno no sabe si sigue de novio o si ya cortó, pero ya hace 22 años que trabajo con ellos. Aunque en varios de sus últimos shows yo prácticamente no colaboré, creo que por fatiga de material, lo que no tiene nada que ver con la cuestión amistosa. Con ellos he conseguido una amistad fantástica. Y otra cosa que me han dado es la posibilidad de chapear. Porque cuando fui a España a presentar mis libros, las dos cosas que me preguntaban era por qué me dicen Negro sin ser negro y cómo es el trabajo con Les Luthiers. Porque si no te conocen, pero saben que trabajás con Les Luthiers piensan: «Éste, tan boludo no debe ser». Eso me ha servido de mucho porque allá ellos son Gardel. En este último show me pidieron bastante material. A veces parte del material va a números que después no salen o no se concretan; o aparece en otro número. Ellos me dicen por ejemplo «vamos a hacer un número sobre música árabe» y yo les envío todos los chistes que se me ocurran sobre eso, ya sean visuales o verbales, así sean tarados, porque quizá les sirva de disparador. Nada que sea de música, porque no entiendo nada. Así conseguimos una forma de trabajar bastante fluida.
EL NEGRO Y EL FÚTBOL
“La cultura del fútbol en sí es riquísima. En otros países se da con otros deportes, pero hay distintos planos para analizar este fenómeno y hay cosas que es inútil ponerse a analizar... ¿Por qué me amargo cuando pierde Central y me paso un par de días con mala cara? Es algo a lo que yo no puedo encontrarle una explicación. Pero si no se entiende que esto es una pasión, no se entiende... No te digo el fanatismo, que a eso me cuesta más entenderlo, pero las pasiones son así y no hay que tratar de analizarlas. Yo soy un tipo que trabaja con cosas reflexivas, entre comillas «un intelectual», porque trabajo con el intelecto, no soy un tipo muy demostrativo. Pero en la cancha canto, grito los goles, sufro como un chancho... Soy más bien tranquilo, no le voy a tirar un botellazo o un naranjazo al lineman. Pero el grado de tensión y de nerviosismo hace que lo único que me pueda llevar a saltar, gritar y abrazarme con alguien que no conozco es el fútbol... No hay nada ¿eh? No hay otra cosa. Y eso se ha ido legitimando en mí al punto de decir que si es el cumpleaños de mi vieja y juega Central, que espere. Además si me quiere va a saber que en la cancha me voy a acordar de ella (risas). Me ha pasado de tener encuentros ineludibles y no ir a la cancha, pero donde estoy no puedo estar. Si estoy en una reunión le pregunto al mozo que me averigüe cómo va Central, trato de encontrar una radio, estoy en otra cosa, no sirvo para nada”.
En el famoso partido del 71 no estuviste en la cancha...
No, creo que porque no aguantaba la tensión. Fue uno de los primeros que se televisaron en directo y lo vi solo en mi casa de Alberdi, en blanco y negro. Y creo que en ese partido envejecí quince años (risas). Cada clásico es así. También me ha pasado no poder aguantar el escuchar por radio, que es lo peor que te puede pasar porque no sabés dónde está la pelota o los jugadores, y no llegar al segundo tiempo y salir a caminar. Por eso lo mejor es estar en la cancha, porque ahí tenés un poco más de certeza. Voy a la cancha y que sea lo que Dios quiera. Por eso es lindo revalorizar todo esto, ya que todo lo popular se mira con cierto desprecio. Mi hijo decía que lo ideal era ser como los Beatles, que son buenísimos y muy populares: logran juntar las dos cosas. Pero no es una cosa sencilla, no.
Fue Soriano quien dio una buena síntesis: dijo que «Si ser masivo no es garantía de que algo sea malo»...
(Completa la frase) ...«Que sea propiedad de una pequeña elite tampoco es garantía de que sea bueno». Algo así, sí. Y hay una frase de Scorsese o de Coppola, no recuerdo bien, que decía: «Nada que me aburra puede ser bueno». Por ahí puede sonar injusto, pero ojo, algo de eso hay (risas). Lo que puede pasar es que algún tipo sea realmente un adelantado y haga cosas que empiecen a gustar dentro de veinte años, pero en la actualidad va a estar solo. Son tipos de avanzada que están tan adelante que no están con la gente, por lo que tal vez se los reconozca en otro momento. Es una disyuntiva de siempre. El Gordo Soriano es un tipo que reúne popularidad y calidad, pero me daba la impresión que siempre se sentía relegado o marginado.
Hace poco Jaime Roos estuvo cerca de nuestro pago, y en una nota que le hicimos dijo que le llamaba mucho la atención que siendo la Argentina un país tan futbolero en la música y la literatura haya tan poco fútbol...
Sí, eso lo charlábamos mucho con Soriano o Sasturain. Ahora hay un poco más, muchos periodistas deportivos que les gusta escribir están largándose. Alguien que ha hecho muchísimo por esa causa es Alejandro Apo. Es enorme la cantidad de gente que lo escucha y que a raíz de eso comienza a leer cosas relacionadas con el fútbol. En ese aspecto Jaime ha hecho bastante respecto a todo lo que es la cultura uruguaya del fútbol. Ahora hay algunos grupos de rock que están muy cerca de las hinchadas, con Maradona, y ese tipo de cosas.
Se ha mezclado el público del rock con el del fútbol...
Sí, es otra de las vertientes que encuentran los chicos para sentirse integrados a algo es la música y el fútbol. El fútbol te da una camiseta, una identidad, un programa, y algo importante... te da un enemigo visible. Tenés enfrente alguien a quien putear, con quien pelearte (risas), a quien gozar, y no sólo los pibes, las pibas también se enganchan mucho con estas cuestiones. Pero también entró a caballo de lo que ha crecido el fútbol como negocio, que a mi juicio lleva a exageraciones. Yo no puedo creer que haya programas de televisión –lo que llaman la previa– que empiezan seis horas antes de que arranque un Argentinos Juniors- Ferro.¡Si no se puede hablar de eso ni media hora antes! O esos periodistas que dicen «en la habitación 18 del hotel están fulano y mengano, en la 17 zutanito y menganito, al mediodía comieron milanesas con puré»... Realmente... Yo fui al Mundial de Estados Unidos y al de Francia, y si al primero fueron 50 periodistas, al de Francia fueron 300, y al de Alemania 7 mil... Y eso significa una cantidad de horas en el aire, que ¿cómo hacen para llenarlas?¿Con qué las llenás? Por eso hay muchos escándalos y por eso los jugadores a veces no quieren hablar con toda la prensa.
Lo que hacía Bielsa por ahí estaba bueno. Convocar a todos a la vez, y no dar entrevistas «exclusivas» a nadie...
Era muy democrático, y creo que les molestaba a muchos. Como hincha de Central siempre me han preguntado por Bielsa, y te digo que le tengo un gran respeto, es un tipo altamente ético y además me gustaba cómo jugaba su Selección. Pero con Passarella u otros técnicos también veía la dificultad desde el punto de vista práctico para atender a todos los periodistas. En los salones no había lugar, era un despelote, se amontonaban los jugadores con la prensa... Esas cosas requieren un aprendizaje de todos. Pero todo tiene relación con el crecimiento del fútbol como negocio. Hace poco tiempo ningún político decía de qué club era hincha porque el que era de Boca tenía miedo que los de River no lo votaran, y ahora es una de las primeras cosas que dicen. Pero creo que para los argentinos es preferible que alguien sea hincha incluso de Newell’s (risas) que no ser de ningún equipo. Ser hincha de ningún equipo es ser raro. Que no te guste el fútbol te excluye un poco de la sociedad.
¿Esos son aspectos negativos del fútbol que se pueden corregir o simplemente son parte del folklore?
Son parte del folklore. Creo que no hay que caer en esas excesivas comercializaciones como cuando los norteamericanos querían prolongar el entretiempo para meter más publicidad. Eso no hace más que desvirtuar la cosa. Lo más difícil en cualquier rubro es mantener el equilibrio, y el profesionalismo siempre distorsiona todo.
(Esta entrevista, realizada en febrero de 2006, se publicó en la edición especial de los seis años del semanario El Miércoles de Concepción del Uruguay).
Esta nota es posible gracias al aporte de nuestros lectoresSumate a la comunidad El Miércoles mediante un aporte económico mensual para que podamos seguir haciendo periodismo libre, cooperativo, sin condicionantes y autogestivo. |